El origen de las creencias en los espíritus domésticos se pierde en la noche de los tiempos. Se sabe, por ejemplo, que en la antigua Roma se rendía culto a los penates, unos espíritus encargados de la custodia del hogar a los que se invocaba y ofrecían sacrificios.
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En los países eslavos, se afirmaba que los donovói, unas criaturillas peludas que vivían cerca de la lumbre, cuidaban de la casa y los niños, pero también causaban problemas a los vecinos. Del mismo modo, la mitología báltica cita a los aitvaras, unos seres parecidos a gallos con colas ardientes que aportan oro y alimento a la familia. El problema es que suelen robárselos a los vecinos.
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En distintas zonas de España, también existen los espíritus domésticos. En el folclore asturleonés se menciona, por ejemplo, a unos trasgos reconocibles por el agujero que lucen en su mano izquierda. Si están de buenas, ayudan en casa, pero suelen ser muy traviesos, y prefieren armar jaleo por las noches, y esconder y romper cosas.
Los antropólogos suelen coincidir en que estas tradiciones están relacionadas con el culto a los antepasados. Edward Burnett Tylor (1832-1917), uno de los padres de la antropología social, sostenía que se trataba de un remanente de las primeras fases del desarrollo cultural, en las que las comunidades otorgaban a cualquier fenómeno desconocido una explicación animista.
Fuente: Muy Interesante
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