Mucho antes de escribir su célebre Origen de las especies Charles Darwin, maravillado al verlos durante su viaje alrededor del mundo en el HMS Beagle, se dedicó profundamente al estudio de los arrecifes de coral a los que se refería como “oasis en el desierto del océano”.
Estas imponentes estructuras de carbonato cálcico apenas cubren un 1% de nuestros mares pero, paradójicamente, dan cobijo y alimento a una cuarta parte de todas las especies marinas del mundo representando uno de los ecosistemas más ricos y complejos que existen.
Y al igual que muchos otros ecosistemas, durante los últimos años numerosas organizaciones e instituciones científicas han alertado de la amenaza que el cambio climático supone para ellos. Los oceanógrafos constatan año tras año que las poblaciones coralinas están desapareciendo sin que parezca importarnos demasiado. Por ponerles solo un ejemplo, y solo en el Caribe, durante los últimos 35 años ha desaparecido hasta el 85% de la superficie poblada por corales.
A esta precaria situación se ha unido otro invitado indeseado más: El fenómeno del Niño, que durante el pasado año surgió con más fuerza que nunca.
Durante los últimos meses en Yahoo Ciencia hemos seguido muy de cerca la evolución de este irregular fenómeno meteorológico, desde su confirmación en marzo de 2015 hasta su posterior evolución y desarrollo que lo llevaron a convertirse en uno de los más fuertes registrados en agosto del año pasado.
Las consecuencias de un evento global como el Niño son muy diversas y se extienden por todo el planeta, afectando de manera diferente a unas zonas y otras. En el caso de las grandes formaciones de coral, estas corrientes de aguas cálidas son muy perjudiciales para los corales provocando que un proceso de acidificación, anoxia, decoloración y finalmente muerte.
Es una reacción en cadena que comienza con el blanqueamiento del coral y termina afectando a todo el arrecife y por tanto a las especies que viven en él. Durante los últimos años se han intentado llevar a cabo planes para salvaguardar los arrecifes de coral pero ninguno de ellos está dando frutos significativos.
El último movimiento para cuantificar el daño a gran escala que están sufriendo los corales lo ha dado la Agencia Espacial Europea anunciando que utilizará el satélite Sentinel-2 en una campaña para explorar y analizar los arrecifes en el océano Pacífico.
Este satélite recopila datos con regularidad sobre la tierra, masas de agua continentales y zonas costeras, sin embargo se desactiva en el mar abierto. La ESA ahora ha realizado una petición especial para que el Sentinel-2 no se desactive en determinadas zonas, como los arrecifes de Fatu Huku, y que continúe su trabajo de reconocimiento.
De esta manera podríamos monitorizar el estado actual de los corales, accediendo a más información sobre el verdadero estado en el que se encuentran algunas de las mayores formaciones del planeta. Esto también incluiría un análisis de la decoloración de los corales en lugares menos accesibles para los oceanógrafos.
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