- El poeta Matías Behety, el Verlaine platense, fue enterrado dos veces. La segunda como momia. Su cuerpo en perfecto estado llegó a ser exhibido y adorado en el cementerio de La Plata a principios del siglo XX, donde le adjudicaban milagros.
El mito perdura hasta nuestros días. Romanticismo, poesía y alcohol: destino de un hombre eterno enterrado como indigente
La primera vez que oí hablar de la momia platense comía un asado, la tele daba Racing- Newell’s y los chicos corrían en el patio. A excepción de quien lo mencionó, nadie en esa mesa conocía la historia ni había pisado el cementerio platense jamás.
La momia, dijo la fuente, en vida era poeta. Y lo habían enterrado dos veces. Poco después averigüé que el cuerpo de Matías Behety, considerado el primer poeta platense, llegó a ser exhibido en el cementerio de La Plata a principios del siglo XX, para asombro de los ciudadanos de la época: parecía vivo e irradiaba luz propia. Por años la gente llegaba a dejarle ofrendas y encomendarle algún milagro. Hasta que, en 1923, un amigo también escritor lo reconoció y le construyeron el monumento bajo el que yace hoy. ¿Quién fue Matías Behety?
¿Es su historia mito o realidad? ¿Cuál fue la suerte del Verlaine local? No tenía opción: había que “desenterrar al muerto” para conocer su derrotero, evocar sus versos para recuperar su voz y con ella la vena romántica de la entonces naciente ciudad de La Plata. Me adentré en el camposanto, entre tumbas y bóvedas. A veces, para develar los misterios hay que ir tierra adentro.
EL VERLAINE DEL RÍO DE LA PLATA
“A Matías Behety. Falleció el 23 de agosto de 1885”, reza la placa sobre el monumento de mármol de carrara que colocó su familia. Encima, un busto en piedra del poeta. “Es un hipogeo”, como usaban los egipcios, precisa María Cristina Espinosa, la guía a quien por más de tres horas seguiré los pasos como un perro faldero. Ella será mi norte y también mi hada protectora esa mañana gris de abril, ese perfecto día de los muertos.
Había bebido, apenas la luz dio en su rostro, sentí mi sangre fluir al corazón. Y oculté la cara para evitar la vergüenza de reconocerme”. Así reflejó en Juvenilia Miguel Cané el reencuentro con Matías Behety. Habían compartido el colegio, y por 10 años no supo de él por lo que le sorprendió
“como había sido de áspera y sacudida su existencia para caer tan bajo a los 30 años”. Behety era un lúcido sin suerte. Le faltó de vivo y de muerto. Ejerció como abogado aunque no había presentado su tesis; trabajaba de periodista pero la mayor parte de su obra se perdió por una costumbre de la época: firmar con seudónimos. El acta de defunción es todo un símbolo de su desgracia: decía “gratis”, indicando que era indigente, y el apellido lo escribieron “Beheti”.
De ascendencia vasco francesa, nació en Montevideo en 1849, se educó en Concepción del Uruguay y Buenos Aires. Fueron sus compañeros Manuel Quintana y Victorino de la Plaza, se dice que Sarmiento elogió su pluma ardiente y luminosa.
Llegó a la flamante ciudad de La Plata desgarrado por el dolor de un amor trágico: el corto noviazgo con María Lamberti, quien murió a los 23 años. La biografía más completa de su vida está en “Matías Behety”, Emecé, de Telmo Manacorda. -Después de eso, el pobre se dio mal a la bebida. Se lamenta Cristina (68), a los pies de la tumba. Parece una abuela lista para sacar a pasear a los nietos, labial rojo y aros de broche, fue comerciante y profesora de folclore.
Llegó a esto casi de casualidad y hoy es toda una experta. Me contará de la atribulada vida del joven poeta –sí, Behety murió a los 36 años- y sus hallazgos de simbología masónica en el cementerio. “Mis hijos registraron la propiedad intelectual, para cuando publique mi libro”, se entusiasma. “Es una curiosidad familiar la historia de la momia”, dice al teléfono Fernando Menéndez Behety, bisnieto de la hermana del poeta. “No supe que haya muerto de tuberculosis, sí de mucho coñac y ajenjo”.
El estanciero, dueño de una de las fincas lanares más importantes de la Patagonia, repite con alguna precisión el rompecabezas que fui armando. Que escribió sus mejores versos mientras se afanaba al ajenjo.
Que vivía en el Hotel 19 de Noviembre, en diagonal 80 entre 4 y 5, a pocos metros de la sede de este diario y su tarea principal era redactar sueltos, improvisar editoriales o “zurcir algunos versos” para el Diario La Plata, entonces propiedad de Francisco Uzal.
Que se fue joven y pobre, en completa soledad.
40 MIL ALMAS
“Ilusiones: Venid a mí sonriendo placenteras visiones que en la infancia he idolatrado. Oh recuerdos! Mentiras del pasado. Oh esperanzas! Mentiras venideras.” Jorge Aquín lleva 40 años en el cementerio municipal. No es cadáver, es funebrero. “Le tengo más miedo a los vivos que a los muertos”, asegura. Nunca tuvo curiosidad por la momia a pesar de conocer la historia. Pudo bajar a ver el cajón porque el mausoleo se abre de vez en cuando para limpiar, dice, pero no le interesó hacerlo.
Nos custodia amablemente como si alguno de nosotros fuera a llevarse algo del camposanto. Me pregunto si algo puede robarse a las almas.
Su experiencia como sereno, sepulturero y ahora jefe de departamento del cementerio, sirve apenas para confirmar la versión y acrecentar el misterio: “son muchas las historias en tantos años, pero la momia fue un fenómeno para la época”. Aquín es más bien bajo, trigueño, un mostachón oscuro le cubre la boca al estilo mariachi. Su silencio durante el recorrido aumenta mis fantasmas.
El cementerio local se hizo a imagen y semejanza de la ciudad. Pedro Benoit lo diseñó con las mismas características urbanas, convirtiéndolo en una verdadera ciudad de los muertos. Fue abierto al público en 1887. Tanto en su estructura como en su distribución expresa la ideología de la generación del 80, sostiene Carlota Sempé, miembro de la Asociación Amigos del Cementerio Municipal, una organización civil que trabaja en la conservación de su patrimonio cultural.
El sector de bóvedas masónica y egipcíacas está a pocos metros del acceso principal: la gran entrada de 24 columnas, 12 del lado de la calle que lo separan “del mundanal ruido”, dijo la guía, y 12 por detrás, “que representan la transición al otro mundo”.
El grupo que investiga este universo, el de los muertos célebres, no es rejunte de freaks amigos del gótico como sospeché en un principio. Se trata de un conjunto de profesionales, investigadores y empresarios que buscan poner en valor el patrimonio urbano del camposanto. “Hemos relevado la arquitectura funeraria, la importancia de las personalidades que están enterradas aquí para la historia de la ciudad y de la Argentina”, enumera Sempé, “las causas de deterioro biológico de las construcciones y la dimensión simbólica del cementerio”, trabajo del que participó el reconocido semiólogo ya fallecido Magariños de Morentín.
Se estima que en total, 40 mil almas descansan aquí. Una mayoría en sepulcros sobre tierra, alrededor de 6000 en tumbas con monumento, y unas 2500 en bóvedas. Cristina me hace conocer varias mientras recita información suficiente para llenar el libro de oro del cementerio: pasamos por los mausoleos de escritores e intelectuales como “Almafuerte” y Manuel Puig, de artistas destacados como Juan Cruz Mateo, bandoneonista de Carlos Gardel, o José Gola, actor platense consagrado en los años 30´.
La guía fue alumna aplicada de los cursos que la Asociación comenzó a impartir hace dos años para los empleados del cementerio y otros interesados, y que resultaron en visitas guiadas temáticas (sobre los estilos arquitectónicos, masonería, industriales y empresarios, artistas e intelectuales) que se realizan los segundos sábados de cada mes. Orgullosa, muestra su “perlita”: el único mausoleo con fachada de colores y revestido en mosaico, una obra de arte donde yacen los restos de Ricardo Sánchez, pionero del mosaiquismo.
DOS ENTIERROS Y NINGUNA CRUZ
Behety murió el 24 de agosto de 1885, en el Hospital de Melchor Romero. Fue enterrado en el cementerio de Tolosa, entonces ubicado entre las calles 523, 525, 118 y 120, donde hoy hay un barrio. Busco por allí algún indicio, un recuerdo, un comentario. Invoco ante vecinos desconfiados “la calle de la amargura” (la 118), por donde se accedía al osario. Es en vano.
Los cuerpos del viejo cementerio de Tolosa fueron trasladados al de La Plata en 1887, coinciden los investigadores. Muchos de esos ataúdes sin “dueño” fueron abiertos en 1908. Allí se descubrió que uno de los cuerpos se conservaba intacto, en perfecto estado. “Vaya a saber por qué, tal vez por los medicamentos; en esa época no se estudiaba”, conjetura Sempé, “la momia fue exhibida por años y llegaron a llevarle ofrendas y atribuirle milagros”.
“Momia es todo aquel organismo que ha sufrido un proceso de momificación. Esto evita la descomposición y permite la conservación posmortem de los tejidos blandos. Los procesos pueden ser naturales o artificiales”, explica el experto Mariano del Papa, de la División de Antropología del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Consultado por los factores que podrían haber intervenido en la momificación de Behety, el especialista señala dos: por un lado el aislamiento hermético del cadáver, que impide la acción de agentes biológicos como los insectos, y la demora en la autólisis, que es la actividad enzimática de las células durante la descomposición de los tejidos. -Los diarios decían que sus manos entrecruzadas echaban luces.
La guía alimenta el enigma, me atrapa. Aquín se tienta: “hay mucho para contar acá. Yo llegué a encerrarme con tranca una noche cuando estaba de sereno”, rompe el silencio, “salí a buscar agua para calentar y escuché un chistido, era de noche, no había un alma. Me quedé tieso”. “Momia es todo aquel organismo que ha sufrido un proceso de momificación. Esto evita la descomposición y permite la conservación posmortem de los tejidos blandos. Los procesos pueden ser naturales o artificiales”, explica el experto Mariano del Papa No había un alma, resuena en mis oídos. Entonces, Cristina rompe el misterio como quien desecha un chicle masticado: “En 1923 viene al cementerio el amigo de él, el señor Lamberti, también poeta y lo reconoce”, dice.
Y por fin le dieron sepultura y construyeron el monumento. “El tío Alejandro (Menéndez Behety), hermano de mi abuelo, le manda construir la tumba en 1924”, confirma Fernando, “eso es todo lo que sé de esta historia”. Pero dice más: en la Estancia de la familia en Tierra del Fuego, todavía existe la construcción Biblioteca Matías Behety. “Esta dentro del casco, funcionó como una especie club para el personal, con proyector de cine y una mesa de billar y de ping pong. Porque las noches son largas. Hoy vive el administrador”. “Monumento erigido a la memoria del Dr. Matías Behety por la familia Menéndez Behety. 1925”, dice la placa de bronce. “Sociedad Argentina de Escritores. Sede Filial La Plata. Al poeta Matías Behety. 1885, 24 de agosto, 1975”, reza una última placa sobre la tumba del poeta que tuvo su reconocimiento, triste, solitario y final. Y eterno.
Fuente: eldia.com.ar
Fuente: eldia.com.ar
Excelente!
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