Este reciente hallazgo origina nuevas preguntas sobre la segunda construcción más grande del México prehispánico.
Cuando los aztecas llegaron a Teotihuacán solo vieron un lugar abandonado. Creyeron que en esta ciudad se había creado el Quinto Sol, o el mundo como lo conocemos hoy, y que para conmemorar este hecho se habían erigido las pirámides que bautizaron como la del Sol y de la Luna.
Durante mucho tiempo la pirámide del Sol estuvo oculta bajo un montón de tierra y árboles. Hace 108 años, cuando se llevaron a cabo las primeras excavaciones oficiales, parecía un cerro, según se narra en las crónicas de la época consultadas por Rubén Cabrera, uno de los arqueólogos que más ha estudiado Teotihuacán.
En 1905, como parte de la celebración del centenario de la independencia de México, el presidente Porfirio Díaz encomendó al arqueólogo y exmilitar Leopoldo Batres dejar al descubierto la pirámide. Fue a partir de ese momento cuando dio inicio el estudio formal de una cultura que desapareció en el siglo VII. Actualmente, pese a que han transcurrido más de 100 años de investigación en la pirámide del Sol, los hallazgos continúan.
A finales de septiembre de 2012, un equipo de arqueólogos del INAH excavaban en la cúspide del monumento para recuperar materiales que permitieran tener más datos sobre el tiempo que duró su construcción; también buscaban fragmentos del suelo de un templo que, se cree, existió en la cima.
El arqueólogo Alejandro Sarabia, quien coordinó las excavaciones, aún se sorprende cuando recuerda lo que hallaron:
Ya habían excavado el edificio antes que nosotros”. Los especialistas encontraron restos de una fosa de saqueo, la cual podría datar del siglo VII, cerca del final de la civilización teotihuacana. Dentro de ella había una escultura de la deidad del fuego (de 61 cm de altura), que conserva los pigmentos originales, dos monolitos de piedra verde y un fragmento de una pieza del mismo material.
No es la primera vez que se encuentra una escultura del Huehuetéotl en la zona —como los mexicas llamaban al dios del fuego—, pero sí es la primera que conserva los pigmentos originales.
En las excavaciones que hicieron en 1906 encontraron un brasero y varios símbolos escultóricos de la ceremonia sagrada del Fuego Nuevo sobre la plataforma adosada, por lo que estos nuevos hallazgos refuerzan la hipótesis de que la pirámide del Sol fue escenario de cultos dedicados al fuego.
Sarabia explica que la fosa de saqueo —de unos cinco metros de profundidad y cuatro de anchura— pudo haber sido cavada para robar las ofrendas que se ponían al terminar de construir los monumentos; aunque eso es solo una teoría.
Estos descubrimientos sumaron nuevas preguntas a la gran lista que ya tienen los especialistas acerca de la pirámide del Sol: ¿por qué la construyeron? ¿Cómo la llamaron los teotihuacanos? ¿Guarda en su interior la tumba de algún gobernante? ¿Qué técnicas utilizaron los teotihuacanos para transportar piedras verdes tan grandes (una de ellas mide 2.56 m y pesa 955 kg)? ¿Cómo las llevaron hasta Teotihuacán, si esas piedras solo se han encontrado en la frontera entre Guerrero, Puebla y Oaxaca?
Averiguar las respuestas no es nada fácil. Sobre todo porque, a diferencia de los mayas, los teotihuacanos —al parecer— no tenían un sistema de escritura; lo poco que se sabe de ellos ha sido gracias a los monumentos, murales, estatuas, figurillas y restos de cerámicas encontrados en las excavaciones.
Son varias las hipótesis que se han puesto sobre la mesa para explicar por qué se levantó esta pirámide de 65 m de altura, la segunda más alta de México, después de la de Cholula. Una de ellas, según el arqueólogo Sarabia, plantea que el monumento se edificó en honor del dios del agua, conocido por los aztecas como Tláloc. Otras teorías apuntan a que la construcción podría resguardar los restos de algún gobernante de la ciudad.
Los arqueólogos también estiman que la construcción de la pirámide pudo haber iniciado en el siglo I d.C. y que tomó alrededor de 139 años concluirla.
Para tratar de responder algunas de las dudas existentes acerca de una de las más importantes construcciones mesoamericanas, desde hace más de una década un grupo de científicos mexicanos —de los institutos de Física e Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)— trabaja en un proyecto que busca conocer qué hay en el interior de la pirámide. Para lograrlo tienen como aliados a unas partículas elementales del universo llamadas muones.
De la física a la arqueología
—de unos 2,000 años de antigüedad— que se ha localizado debajo de la pirámide del Sol.
Este túnel se halló por accidente, gracias a un perro, en 1971. Los arqueólogos cuentan que la mascota rascó en un pozo donde había cascajo y comenzó a meterse en lo que, entonces, creían que era solo un agujero. Cuando siguieron al animal, notaron que se trataba de un túnel que se ubica a 8 m por debajo de la pirámide y que termina cerca de su eje de simetría.
En ese tiempo, Jorge Acosta y Doris Heyden, quienes hayaron el corredor subterráneo, manejaron la teoría de que el túnel podría estar relacionado con Chicomostoc, lugar de origen de las tribus que llegaron al centro de México. También plantearon que la cueva pudo ser elegida con el propósito de marcar el lugar preferido para edificar una construcción, para el asentamiento de un pueblo o para hacer una tumba.
Linda Manzanilla, especialista en Teotihuacán y su cultura, considera que el túnel fue excavado antes de la construcción de la pirámide. Para ella, también está relacionado con la representación del inframundo en las culturas mesoamericanas.
Cuando se exploró el túnel se encontraron restos óseos humanos y materiales de origen tolteca y mixteca, grupos que posiblemente saquearon el lugar en épocas posteriores al abandono de Teotihuacán.
Hoy, 40 años después de su hallazgo, los científicos usan este túnel prehispánico para tratar de conocer las entrañas de la pirámide del Sol.
Todos los lunes, la puerta de metal se abre para dar paso a los investigadores. No son arqueólogos sino físicos de la UNAM. Ellos construyeron el aparato que se encuentra al final del corredor subterráneo y que se conoce como detector de muones. Con su ayuda se pretende hacer una especie de radiografía del monumento, con la idea de establecer si existen bóvedas en el interior.
Los muones son partículas atómicas generadas por el choque de los rayos cósmicos primarios con el gas que rodea nuestro planeta. Su carga eléctrica puede ser registrada por medio de un detector. Su tiempo de vida, así como su capacidad de penetración, son cualidades por las que los investigadores los han elegido como una herramienta para buscar cavidades o cámaras mortuorias en pirámides.
En Egipto, por ejemplo, se empleó un detector de muones para escanear la pirámide de Kefrén, que con sus 143 m de altura es la segunda más grande de las tres famosas construcciones de la meseta de Giza. Quien realizó este experimento, a finales de los años sesenta, fue el estadounidense de origen hispano Luis Álvarez, Premio Nobel de Física.
E. P. George ya había usado los detectores de muones. En 1955, el científico inglés los aplicó para medir el espesor de la nieve sobre las montañas australianas, y así calcular en qué momento podía ocurrir un derrumbe.
Sin embargo, fue el experimento de Luis Álvarez el que despertó la curiosidad en los investigadores mexicanos. ¿Será posible utilizar los detectores de muones para estudiar las pirámides de México? Se preguntaron científicos como el físico Arturo Menchaca y la arqueóloga Linda Manzanilla.
El doctor Arturo Menchaca conoció al Nobel Luis Álvarez en la cafetería de la Universidad de Berkley, donde el mexicano realizó un posdoctorado. Por su parte, Linda Manzanilla, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, le escribió una carta a Álvarez, donde le propuso la misma idea que Menchaca. No obstante, el proyecto quedó guardado en un cajón por la falta de financiamiento para ponerlo en marcha. Eso sucedió en 1978.
Fue hasta el año 2000 cuando se logró dar vida al proyecto. Se integró un equipo interdisciplinario de físicos y arqueólogos —en el que participan Menchaca y Manzanilla— --y comenzó la construcción del detector de muones para conocer si la pirámide, con un volumen de un millón de metros cúbicos, esconde cámaras mortuorias en su interior.
En busca de bóvedas
En el fondo del túnel está una estructura blanca de metal; su interior es ocupado por una computadora de la que salen cables negros, rojos y amarillos, conectados a una caja con seis divisiones. Es el detector de muones. En cada una de las divisiones hay 200 alambres, más delgados que un cabello, que funcionan como sensores.
Un equipo conformado por estudiantes y académicos —dirigidos por el investigador del Instituto de Física de la UNAM, Arturo Menchaca— recaba los datos que el detector recolecta en el periodo de una semana.
Cuando un muon atraviesa la pirámide toca uno de los 200 sensores del detector y se genera una señal eléctrica que registra la computadora.
Los muones pueden atravesar hasta un kilómetro de tierra sin perder su energía. Cuando un muon atraviesa materiales sólidos, como las piedras, pierde potencia, señala el doctor Arturo Menchaca. Si la pirámide del Sol tuviera bóvedas, el detector registraría muones con una mayor carga eléctrica.
Con los datos recopilados por el detector, los investigadores realizan una serie de cálculos matemáticos que ayudan a determinar si el edificio tiene cámaras funerarias.
Lo que nosotros estamos buscando es un entierro muy particular que fuese realmente una cámara hueca de ciertas dimensiones”, comenta Arturo Menchaca. Los científicos buscan huecos con una altura mínima de 75 cm; encontrar estas cavidades sería un indicio de la existencia de cámaras mortuorias, aunque también podrían ser solo huecos formados por asentamientos geológicos o debido a la filtración de agua.
Hasta ahora se han recabado datos durante un par de años. Con ellos, los científicos ya comienzan a diseñar la radiografía de la pirámide. “Todavía no estamos en condiciones de decir si hay huecos o no al interior de la pirámide”, comenta Menchaca.
Para lograr integrar un mapa de las entrañas de la pirámide, los físicos de la UNAM planean recabar datos, en forma continua, hasta mediados o finales de 2013.
¿Dónde enterraban a sus gobernantes?
En el transcurso del último siglo, se han elaborado varios proyectos de investigación para conocer si la pirámide del Sol resguarda alguna tumba dentro.
En 1922, como parte de sus trabajos en la zona, Manuel Gamio abrió un túnel en la pirámide. En 1933, Eduardo Noguera y José R. Pérez construyeron otro que se conectó con el de Gamio. Estos dos túneles están arriba del túnel prehispánico hallado en los setenta.
En las excavaciones de los túneles se hallaron restos de figuras de cerámica; incluso, en la base de la pirámide se encontraron algunos restos humanos y de animales, pero nada que indicara que el monumento fuera una tumba.
En 1962, Robert Smith, que trabajaba en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), excavó otro túnel en la parte superior de la pirámide; pero no se conocen los informes públicos sobre lo que descubrió.
El arquitecto y arqueólogo mexicano Ignacio Marquina registró que todos los cuerpos de la pirámide del Sol conservaban restos de un grueso aplanado, que seguramente cubría en su totalidad al monumento. Y planteó la posibilidad de que ese aplanado fuera de algún color o que estuviera ornamentado con murales.
Los arqueólogos que han trabajado en la zona coinciden en que la pirámide del Sol se edificó en el siglo I d.C. También sostienen que se construyó en una sola etapa; aunque en otro momento se hicieron más anchos sus dos primeros cuerpos.
La pirámide del Sol, de la Luna y de la Serpiente Emplumada no son similares como estructuras piramidales. La del Sol es la excepción porque es un amontonamiento de tierra orgánica, tierra de los campos de cultivo del formativo, de las épocas precedentes a Teotihuacán”, detalla la especialista en esta cultura, Linda Manzanilla.
Hasta ahora, en ninguna de las pirámides de Teotihuacán se han descubierto bóvedas al estilo egipcio.
En la pirámide de la Luna, durante los trabajos realizados entre 1998 y 2004, los arqueólogos hallaron restos humanos; sin embargo, se cree que estos eran parte de ofrendas colocadas durante cada una de las siete etapas de construcción.
Para los arqueólogos dedicados al estudio de Teotihuacán, la gran incógnita es dónde enterraban a sus gobernantes, pues lo que se encontró en la pirámide de la Luna eran restos de personas comunes sacrificadas, no de líderes.
La investigadora de la UNAM Linda Manzanilla ha intentado demostrar que los teotihuacanos tenían una organización distinta de los mayas o los aztecas, que contaban con emperadores o gobernantes únicos: “En Teotihuacán, la base de su estructura social es una organización que llamamos corporativa, donde predominan más los grupos que los individuos”.
Los teotihuacanos —explica Linda Manzanilla— no vivían en casas unifamiliares sino en multifamiliares: estaban acostumbrados a interactuar en grupos étnicos, de oficio, de jerarquía. Esa sociedad estaba modulada por varios ejes, uno de ellos, la etnicidad. Fue una sociedad multiétnica, gigantesca.
Aun así, la investigadora de la UNAM no descarta la posibilidad de que los gobernantes de Teotihuacán puedan estar enterrados en la pirámide del Sol, aunque también tiene otras hipótesis: la primera plantea que fueron sepultados debajo de las casas en las que vivían; la segunda indica que los restos podrían estar debajo de los complejos palaciegos donde se congregaban los teotihuacanos para tomar decisiones.
Arturo Menchaca y Linda Manzanilla esperan que las pequeñas partículas llamadas muones ayuden a desvelar algunos de los grandes misterios que aún guarda la pirámide del Sol: ¿resguarda en su interior una bóveda o una cámara funeraria? ¿Con qué propósito levantaron los teotihuacanos esta majestuosa construcción que, 2,000 años después, continúa maravillándonos?
Fuente: zocalo.com.mx
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