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El falso doctor con sangre “no humana” y el misterio de la clínica de Cañuelas que curaba pacientes con tecnología alienígena

Carlos Eduardo Jerez se presentaba como director de la Planta de Investigaciones Científicas Argentina Internación de Neurología. El pseudo sanatorio, ubicado a la altura del kilómetro 77 de la ruta 3 en Cañuelas, tenía un plato volador en la entrada. La conexión con el planeta Ummo, el funcionamiento de la clínica y el final de un proyecto de medicina alternativa y extraterrestre.


Medía cuatro metros de altura y estaba sostenido por cuatro patas. La estructura era de aluminio bruñido y las ventanas, de acrílico azul. Mezclaba un sutil equilibrio geométrico: paneles con esquinas puntiagudas en un diseño esférico. Asumía una forma evidente, una silueta de fama universal: quien lo viera desde la vera del kilómetro 77 de la ruta 3 podía descifrar sin esfuerzo la escultura de un objeto volador no identificado, un ovni, un plato volador. Lo había construido -dice la leyenda- el viejito de una zinguería. Su voluptuosidad y altura le hacía sombra al edificio que promocionaba. A metros de la nave -a cuadras también de la Escuela Primaria N°8 de Cañuelas, provincia de Buenos Aires-, la Planta de Investigación Científica Argentina Internacional de Neurología, resumida como PICA y conocida coloquialmente como la clínica de Cañuelas. Era 1973 cuando se inauguró.

Era un área agreste, un páramo en la mismísima nada. Lo sigue siendo cuarenta años después, ahora escoltado por una cabina de peaje. No había, por entonces, tendido eléctrico ni llegaban las comunicaciones. Pero ahí, en esa plataforma de trescientos metros cuadrados, se había montado una puesta en escena presuntuosa: consolas, tableros, osciloscopios, antenas, campanas de aluminio, pantallas fluorescentes, equipos electrónicos que radiaban rayos gamma, luces de colores que emitían energía cibernética. Habían repetido todos los clichés de las películas de ciencia ficción, había ensamblado una impostación, una vulgar fachada de sofisticación vacía. Eran artilugios o simulaciones que procuraban engañar a los desahuciados que veían en ese decorado futurista una puerta a la sanación. Todo era una patraña, una fantasía, una idea y obra de Carlos Eduardo Jerez, el “doctor”.


Había nacido en Baradero, provincia de Buenos Aires, en 1939. No era doctor. Se egresó como técnico de radio y televisión. La abundante aparatología que había desplegado en su clínica había sido una creación propia. En su tarjeta personal declamaba ser el director de la Planta de Investigaciones Científicas Argentina Internación de Neurología. Se presentaba como heredero de un proyecto de investigación químico-médico-físico, promovido en Francia hacia comienzos de siglo por su abuelo materno Gaspar Asprella, quien -según su propia invención- había arribado al país en 1927. Él se autopercibía “híbrido”: decía que tenía sangre no humana y vociferaba ser el continuador de un linaje científico y revolucionario.

El proyecto comenzó en Baradero, su pueblo natal, en 1955 promovido por su padre. Recaló, luego de veinte años y una ardua peregrinación por distintas ciudades bonaerenses, en Cañuelas. Asentó allí la filial argentina de la comunidad ummita. Ummo era un planeta extrasolar situado a catorce años luz de la Tierra, desde donde emergían mensajes escritos por seres de otras galaxias. La primera carta la recibió Fernando Sesma, un aficionado de la ufología, referente del ocultismo madrileño, autor de un libro titulado Los platillos volantes vienen de otros mundos. “Trabajamos mucho mejor en el anonimato y no vamos a ser tan ingenuos para presentarnos a ustedes vanidosamente”, decían las misivas en donde los ummitas infiltrados en la Tierra presumían su benevolencia, su superioridad y su altruismo.

Sesma se entusiasmó: había sido el elegido para divulgar la existencia de los alienígenas. Los años, las mil cartas enviadas y la permeabilidad de los creyentes expandieron la teoría -confirmada en esos mensajes enviados desde el más allá de la galaxia- de que había extraterrestres viviendo como humanos. Ummo tomó forma de fenómeno esotérico internacional. Emigró desde España hacia Francia, Alemania, Portugal. Sus ramificaciones se materializaron en sectas y sociedades ocultas. El logo de Ummo quedó marcado a fuego en la piel de niños; niños que sufrían abusos sexuales; abusos sexuales que cometían líderes ummitas. El escándalo de la Asociación Juvenil de Montaña Edelweiss, que funcionó desde 1970 a 1984 en centros españoles situados en Vigo, Alicante, Canarias y Badajoz, contribuyó de manera macabra a develar la verdad.

Ummo había sido humo: una trama urdida por José Luis Jordán Peña, investigador científico, parapsicólogo, ufólogo, vicepresidente y Director de Investigación de la Sociedad Española de Parapsicología, una broma que empezó con una carta a uno de sus hermanos y terminó en una estafa global que derivó en oscurantismo, suicidios, violaciones, sectas, cultos sombríos. “Quiso demostrar cómo se construía un fraude. Mi padre sabía lo que era un fraude porque de la nada construyó uno y se le fue de las manos. Ummo brotó porque la gente quería creer”, certificó Maite Jordán, hija del impostor, en diálogo con El Confidencial.

El “doctor” Carlos Eduardo Jerez decía ser la conexión argentina de los ummitas. “Era un farsante, un embaucador. Se jactaba de que todo el personal de la su planta provenía de Ganímedes”, dijo el ufólogo platense Luis Burgos al diario El Ciudadano. Ganímedes es el satélite natural más grande de Júpiter y del sistema solar: creer o reventar. El presunto médico dirigía una clínica de salud alternativa. El logo de Ummo (la fusión de una hache con un signo más) estaba en el monolito del plato volador, pintado en las paredes de la plata y en un cartel de bienvenida. “La huella de Ummo no quedó ni mucho menos en el núcleo familiar, ni tan siquiera dentro de nuestras fronteras, ya que a unos setenta kilómetros de Buenos Aires se montó un hospital cuyo responsable, Carlos Eduardo Jerez, un imitador de Jordán Peña, aseguraba poder curar enfermedades terminales con la medicina ummita, basándose en los informes de Peña”, repasa la reseña publicada en el diario español El Mundo.


Con sus máquinas pretenciosas y sus luces de colores, decía sanar a pacientes oncológicos, neurológicos, psiquiátricos y cardíacos. Los enfermos de cáncer eran los más habituales, fundamentalmente los que habían sido diagnosticados con una patología avanzada, grave y buscaban soluciones paralelas. Atendían a los más desahuciados con la promesa de una cura milagrosa con “tecnología extraterrestre”. Es lo que le dijo Jerez al médico inmunólogo Analberto Alcaraz (matrícula 46014), nacido en Asunción y radicado en el país en 1969, cuando le preguntó de dónde provenía el equipamiento médico: “Son de afuera. No son de acá”.

A mediados de 1973, Alcaraz había leído un aviso clasificado publicado en el diario Clarín de una clínica nueva que buscaba personal médico. Tenía 26 años, se había recibido de médico en la Universidad de Buenos Aires y necesitaba ganar experiencia. Jerez lo contrató en 1974: a él y al homeópata y radiestesista Eduardo Salatino, fallecido en 1996 (matrícula 36613), con el propósito de asignarle verosimilitud a su delirio. Su tarea se reducía a controlar la evolución y reacción biológica de los pacientes. “Yo no conocía cuál era el tratamiento que se utilizaba para enfrentar las enfermedades, pero luego fui entendiendo que se trataba de una terapia biofísica basada en campos escalares”, develó en diálogo con El Diario de Baradero en 2016.

Decía -según Alcaraz- que Jerez empleaba “tecnología rusa de origen extraterrestre”. Nunca le habló de la cosmovisión ummita, pero cuando investigó por su cuenta las teorías bio-cibernéticas de los informes del bromista español, le comentó sus impresiones. “No se sorprendió y me felicitó por haber encontrado cuál era el fundamento de la terapia que realizaba”, relató. Lo describió como una persona extrovertida, un voluntarioso, un conocedor, “que manejaba una terapia inocua y muy efectiva para muchos desarreglos bio-energéticos transformados en enfermedades muchas veces etiquetadas como ‘incurables’ por la medicina clásica”. Para Alcaraz, Jerez no era un farsante.

El “método Jerez” emigró de la popularidad interbarrial a una fama mediática. Los medios y la comunidad científica empezó a estudiar lo que pasaba en esa clínica custodiada por una nave espacial. En su libro de 1991 titulado como Revelaciones, el célebre ufólogo, astrólogo y escritor francés Jacques Vallée -hoy tiene 84 años-, habla de los rayos gamma, de aparatos de impresionantes sonidos, de inspiraciones de curanderos modernos y del uso de técnicas de radiación traídas de otros planetas. “El sistema de diagnóstico y tratamiento consiste en la utilización de ‘rayos gamma’, que localizan el tumor, para luego aplicar la ‘energía cibernética’ que, según el señor Jerez, ‘es el campo de calor que rodea los tejidos’”, define un artículo de La Razón del 25 de mayo de 1976.

Marcelo Metayer, periodista platense especializado en temas de ufología, rescata en una nota divulgada por la agencia DIB que el ufólogo argentino Pedro Romaniuk, promotor del ummismo argentino, afirmó en 1978 que se trataron 16.500 casos de enfermedades incurables ya descartadas por la medicina clásica y que en la clínica había “cinco estaciones de radioaficionados y más de cien aparatos, uno más extraño que el otro”. Los pacientes -aportó Alcaraz- llegaban por intermedio de una carta de recomendación de algún funcionario de alto rango político o militar. Por día, el cupo solía abrirse a veinte consultas.

Jerez soportó los cuestionamientos pero no la dictadura. El doctor Somaiel Harón, presidente del círculo médico de Cañuelas, lo calificó como un charlatán en diálogo con la revista 7 Días: “Los más ignorantes dicen curar con sapos, naipes y yuyos. Éstos, en cambio, usan un secador de cabellos y lucecitas de colores”. “Estas personas van tan lejos como para afirmar que son extraterrestres: tienen un platillo volante en la puerta”, sostuvo, a su vez, el doctor Pedro Agustín Elorga. Ambos lo denunciaron ante el colegio médico del distrito. La Subsecretaría de Salud Pública de la provincia de Buenos Aires clausuró la clínica en abril de 1976: había doscientos pacientes bajo tratamiento, “todas desahuciadas y con trastornos neurológicos y cancerígenos”, dice la columna de La Razón.

Jerez ofreció un descargo: evocó la técnica ancestral y interplanetaria de su abuelo, apeló a pseudos apoyos gubernamentales en 1935, 1948 y 1966 y habría mostrado una habilitación provisoria firmada por una resolución del gobierno del general Juan Carlos Onganía a trabajar en la sanación de pacientes desesperanzados. No fue eso lo que le resultó en suerte. El decreto reservado S 3216 de la Junta Militar del 14 de diciembre de 1976, desclasificado en 2013 y firmado por Jorge Rafael Videla, ordenaba su arresto y su estadía en “en un lugar de detención que al efecto se determine”. Lo salvaron sus pacientes. Contó Alcaraz: “Gracias a las conexiones que había tejido con altos rangos militares a través de los pacientes, logró que se lo liberaran tras un mes de la famosa calesita policial de traslados permanentes en destacamentos policiales. Para su liberación le prohibieron seguir con su actividad en el país y lo obligaron a cambiar de lugar de residencia”.

Jerez desapareció de la vida pública. Volvió a Baradero. Uno de sus seguidores le consiguió trabajo en una fábrica que hacía papel higiénico con el símbolo ummita y que alguien bautizó Hono, el nombre del presunto servicio de inteligencia del presunto planeta Ummo. Su interés por los fenómenos paranormales y pseudocientíficos nunca mermó. De alguna forma habría seguido involucrado a la sanación no formal, sin la extravagancia de antes. Registros oficiales ya no hay, solo indicios o trascendidos. Sugieren una detención hacia 1995 por doble homicidio y ejercicio ilegal de la medicina. Lo perseguía la muerte de dos mujeres que creyeron en él y en su ciencia médica extraterrestre.

De su legado no queda casi nada. Su clínica de investigación científica fue derrumbada. La nave construida por un zinguero viejo terminó en chatarra. El falso doctor Carlos Eduardo Jerez tendría hoy 84 años. Si está vivo o muerto es una incógnita.

Fuente: Infobae

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